domingo, 15 de abril de 2012


Discurso pronunciado por: Carlos Alberto Suárez Arcos. En la mesa internacional que se realizara en el homenaje al maestro José Muños Cota. Club de Periodismo. México DF. 13 de marzo de 2012.
Carlos Alberto: es Capeón Latinoamericano de Oratoria Xaltocan 2010.
Presidente del Club de Oratoria José Martí de La Universidad de Las Tunas, Cuba.
Profesor de Filosofía e investigador de la vida de José Martí.

"Los oradores deben ser como los faros: visibles a muy larga distancia".
José Martí.
Distinguidos miembros de la mesa principal. Oradoras y oradores de América Latina que hoy nos acompañan, en representación de las altas voces que han guiado y guiarán los destinos de nuestros pueblos.  Muñoscotistas para quienes, año por año el aniversario luctuoso del maestro Muños Cota se convierte en  culto liberal y monumento a la utopía por medio de la palabra.
En tan especiales  circunstancias, diserto sobre la oratoria del más universal de los cubanos. Mi patria, se enorgullece de tener entre  sus hijos,  uno de los más importantes oradores del siglo XIX. Sus artículos periodísticos, su poesía, su epistolario, sus dramas, sus cenitales ensayos; parecerían estar hechos como para vivir en las plazas en tonos siempre diferentes, entre vítores ensordecedores y palmas de manos negras, mestizas, indígenas y blancas agitadas al aire. Su vida misma; ¿qué es?  ¡Sino, una de las más  bellas y emotivas piezas de oratoria, escrita en la humanísima y universal  lengua del amor! 
No podría  hoy que se rinde homenaje a un paladín de la palabra, entre tribunos y refiriéndome a una de sus más altas cumbres,  ¡José Martí!   Hablarles sobre él y su verbo, de otra forma que no sea, intentando  aproximarme al estilo tribunicio.
Le amanece temprano en los labios y en el alma a Martí la aptitud  para las tribunas, la necesidad de hacer hasta lo humanamente imposible, por su más grande amor: ¡La patria! Lo lleva pronto de la mano ante los tribunales de los hombres que le niegan la libertad. ¡Hasta las mazmorras! ¡Hasta las canteras! ¡Hasta el hierro y el dolor del presidio  político¡ ¡Hasta el frio  y el desarraigo del exilio!
De allí, se regresa en 1878 aquella voz desconocida y estrena en una Cuba sin independencia, su estilo diferente y nervioso. Estilo, que en enero del 1879, estremeció el Liceo de Guanabacoa, y convierte el luto por un poeta que ha muerto; ¡En un canto por la patria que no quiere morir! Estilo con el cual, la copa con la que se niega a brindar por la indignidad de la política cubana de entonces, es quebrada por el orador, con original ademan.
Quien así es capaz de hacer con ademanes y palabras, llaves que abran las puertas del alma, porta la luz, son llamados locos peligrosos y por ello, una vez más lo destierran. Sus enemigos, pensaron siempre que el destierro sería un proyectil hecho de distancias capaz de aniquilarlo, pero nunca fue así.
México, Guatemala, Venezuela; no fueron distancias mortales sino reencuentro y relación con las identidades siempre próximas y aún no suficientemente conocidas  de Nuestra América. Cada una de estas partes que conforman ese todo que Martí llama: Madre América, le nutren y lo llevan a comprender lo nuestro más allá de la parca compresión del aldeano vanidoso, lo llevan a comprender lo nuestro, como indisoluble unidad.
Las calles próximas a este palacio señoras y señores, sintieron la pisada del antillano centauro de la palabra, no podían advertir los transeúntes de entonces de solo verle, las extraordinarias dimensiones del orador. Estas, se debelarían en la misma medida que su lucha le impone cada vez mayores exigencias, mayores retos.
Su oratoria: en  más de un exordio; está encabezada por una palabra dulce e integradora: Cubanos.  Según relatan, dicha con voz que susurra,  acento cómplice y en tonos tersos color bandera.
Ascendía su discurso como quien remonta la empinada cuesta de la Pirámide del Sol, con mesura; a ratos deprisa a ratos despacio, con periodos intensos de palabras abruptas, con momentos de sosiego desde donde a la altura de sus oraciones;  sin perder el contacto con la base, mira al cielo y llega victorioso  a la cima, entre estampidos de atronadores aplausos.
Un concierto es lo más parecido a su soflama, inflexiones que suben y bajan acompasadas de tal forma que logran proponer el diálogo a las almas presentes en el foro y terminar haciéndolas parte inseparable de su convite.
Esa relación entre su pasión por Cuba y el dolor que por ella sufre, entre el amor  por el hombre y la necesidad de hacer la guerra,  entre la conquista del poder y su forma de realización en una república con todos y para el bien de todos. Esas eternas y objetivas antinomias; le otorgan una singularísima fuerza al torrente de su palabra, una inédita relacionalidad, que imposibilita arrinconarla en algunos de los estilos conocidos.
Su oratoria bebió en los manantiales clásicos de Grecia y Roma, conoce de Sagasta, Castelar y Martó, tiene matices franceses, pero asciende hasta las pirámides mayas, se adentra en nuestras selvas, se sumerge en el Orinoco. Como la llama, acompaña y le es útil al runa andino. Injerta el mundo en su palabra, pero el tronco de esta, el tronco, es innegablemente de nuestras repúblicas.  Su electivismo  filosófico hace caminos en la selva de su elocuencia.
Los Estados Unidos con su lenguaje mercantil y su gélido aliento de modernidad que deshumaniza; no pueden con el sol que nuestro mundo le tatuó  en la frente  y en el gris de sus inviernos hostiles, fueron  luz  sus discursos. Allí,  en los clubes revolucionarios de New York, Tampa, Cayo Hueso en las fábricas de tabaco,  junto al exiliado dueño de negocio y al trabajador, al negro  y al blanco, a la mujer y al hombre, al guerrero y al intelectual, al joven y al viejo; puso en su prédica patriótica razón y corazón como hasta entonces nadie, en nuestras gestas, había logrado hacerlo.  
Su talento y su tiempo, preñado de contradicciones y aspiraciones libertarias hicieron posibles que vieran la luz discursos inolvidables. Discurso en los cuales como decía Gabriela Mistral, abundaba el color. Con todos y para el bien de todos, Los pinos nuevos, La oración de Tampa y Cayo Hueso, son obras de arte cargadas de un cromatismo profundamente simbólico. Cualquiera de ellos es puerta que conduce a la inmortalidad de un orador.  
Pero el Apóstol de Cuba, le exige mucho más a la oratoria, para él: no es suficiente equilibrar lo estético y lo ético en el discurso. No basta, trasgredir los cánones de los estilos y los conjuga y relaciona.  No es bastante, armonizar lo emotivo y lo racional de manera que ninguno de estos dos importantes componentes se sacrifique, no le sosiega el poder hacer un discurso político desde una crítica de arte y destrozar así el mito de los tipos de oratoria. Ninguna aportación de las tantas que realiza a esta compleja actividad comunicativa por medio de la cual hace política; le es suficiente,  le era además preciso; consumirse iluminando.  
¡Sus últimas  arengas anteceden su muerte! El campo de batalla atesora el eco de su voz: ¡Por Cuba, me dejo clavar en la cruz…! decía. ¡Su última  tribuna: la grupa de un caballo blanco! ¡Sus ademanes: disparos de revólver! ¡Su voz: la muerte se la roba! ¡Sus palabras: solo un  Ángel de la Guarda las escucha! Pero  sus  ideas, su  ejemplo,  su luz de faro. ¡Para siempre, desde los confines del tiempo nos ilumina! ¡Para impedir a tiempo que se destroce, contra el arrecife neoliberal, el frágil  barco en que juntos viajan; por este mundo cruento e irrazonable  los pueblos   de América!
¡Señoras y Señores!     


sábado, 14 de abril de 2012


¡Cesares del siglo XXI!
¡Civilizados arrojadores de bombas nucleares!
¡Eminentísimos torturadores!
¡Innombrables amos de este mundo!
Todo poderoso que puedes usar nuestras prendas pero no nuestra piel.
Sírvanse ilustrarnos: Muéstrennos como llegar al cielo  y olvidar la tierra tal  y como ustedes pueden hacerlo.
Instruyan  a los pueblos de América que se aferran a no vender su dignidad.; en el arte de salvar los grandes bancos y secuestrar el futuro de sus  jóvenes; esos que están en las calles indignados  porque no creen en sus discursos.
Ayúdennos a comprender  que debemos  regalarles nuestras selvas, nuestro oro, nuestra plata, nuestro petróleo, nuestros ríos, nuestras vidas. ¡Nuestra alma! Para luego correr en sus fronteras perseguidos por ser emigrantes ilegales.
Dispongan desde el trono de sus monopolios: Qué porción de nuestras tierras tendrán el honor de ser suyas y cuáles  de nuestros hermanos no podrán sentarse a nuestra mesa. Quiénes por necios, serán excluidos del beneplácito de sus limosnas.
¡Oh!  Insuperables: taladores de culturas,  tráiganse ese verbo estilizado a lo que pudo ser cumbre y gracias a ustedes es: grieta. Y no respiren al prometernos  ayuda.
¡Prometemos!: no preguntar por qué hay bases militares donde se necesitan médicos y maestros, ni por qué somos nosotros traficantes de drogas, si el mayor mercado, está al norte; ni cómo piensas salvar nuestro mundo. Aunque sea difícil, muy difícil, trataremos de creer en sus promesas y olvidar que pueden detener misiles en pleno vuelo pero no pueden impedir que un niño sea baleado en su calle por ser negro.
¡Éxitos en su empeño heraldo del imperio! 
Esta, la Cumbre de las Américas sigue siendo suya, así como estas ignorantes reflexiones de este, salvaje y libre ser de Nuestra América.