Discurso
pronunciado por: Carlos Alberto Suárez Arcos. En la mesa internacional que se
realizara en el homenaje al maestro José Muños Cota. Club de Periodismo. México
DF. 13 de marzo de 2012.
Carlos
Alberto: es Capeón Latinoamericano de Oratoria Xaltocan 2010.
Presidente
del Club de Oratoria José Martí de La Universidad de Las Tunas, Cuba.
Profesor
de Filosofía e investigador de la vida de José Martí.
"Los oradores deben ser
como los faros: visibles a muy larga distancia".
José Martí.
Distinguidos
miembros de la mesa principal. Oradoras y oradores de América Latina que hoy
nos acompañan, en representación de las altas voces que han guiado y guiarán
los destinos de nuestros pueblos.
Muñoscotistas para quienes, año por año el aniversario luctuoso del
maestro Muños Cota se convierte en culto
liberal y monumento a la utopía por medio de la palabra.
En
tan especiales circunstancias, diserto
sobre la oratoria del más universal de los cubanos. Mi patria, se enorgullece
de tener entre sus hijos, uno de los más importantes oradores del siglo
XIX. Sus artículos periodísticos, su poesía, su epistolario, sus dramas, sus
cenitales ensayos; parecerían estar hechos como para vivir en las plazas en
tonos siempre diferentes, entre vítores ensordecedores y palmas de manos
negras, mestizas, indígenas y blancas agitadas al aire. Su vida misma; ¿qué
es? ¡Sino, una de las más bellas y emotivas piezas de oratoria, escrita
en la humanísima y universal lengua del
amor!
No
podría hoy que se rinde homenaje a un
paladín de la palabra, entre tribunos y refiriéndome a una de sus más altas
cumbres, ¡José Martí! Hablarles sobre él y su verbo, de otra forma
que no sea, intentando aproximarme al
estilo tribunicio.
Le
amanece temprano en los labios y en el alma a Martí la aptitud para las tribunas, la necesidad de hacer hasta
lo humanamente imposible, por su más grande amor: ¡La patria! Lo lleva pronto
de la mano ante los tribunales de los hombres que le niegan la libertad. ¡Hasta
las mazmorras! ¡Hasta las canteras! ¡Hasta el hierro y el dolor del
presidio político¡ ¡Hasta el frio y el desarraigo del exilio!
De
allí, se regresa en 1878 aquella voz desconocida y estrena en una Cuba sin
independencia, su estilo diferente y nervioso. Estilo, que en enero del 1879,
estremeció el Liceo de Guanabacoa, y convierte el luto por un poeta que ha
muerto; ¡En un canto por la patria que no quiere morir! Estilo con el cual, la
copa con la que se niega a brindar por la indignidad de la política cubana de
entonces, es quebrada por el orador, con original ademan.
Quien
así es capaz de hacer con ademanes y palabras, llaves que abran las puertas del
alma, porta la luz, son llamados locos peligrosos y por ello, una vez más lo
destierran. Sus enemigos, pensaron siempre que el destierro sería un proyectil
hecho de distancias capaz de aniquilarlo, pero nunca fue así.
México,
Guatemala, Venezuela; no fueron distancias mortales sino reencuentro y relación
con las identidades siempre próximas y aún no suficientemente conocidas de Nuestra América. Cada una de estas partes
que conforman ese todo que Martí llama: Madre América, le nutren y lo llevan a
comprender lo nuestro más allá de la parca compresión del aldeano vanidoso, lo
llevan a comprender lo nuestro, como indisoluble unidad.
Las
calles próximas a este palacio señoras y señores, sintieron la pisada del
antillano centauro de la palabra, no podían advertir los transeúntes de
entonces de solo verle, las extraordinarias dimensiones del orador. Estas, se
debelarían en la misma medida que su lucha le impone cada vez mayores
exigencias, mayores retos.
Su
oratoria: en más de un exordio; está
encabezada por una palabra dulce e integradora: Cubanos. Según relatan, dicha con voz que susurra, acento cómplice y en tonos tersos color
bandera.
Ascendía
su discurso como quien remonta la empinada cuesta de la Pirámide del Sol, con
mesura; a ratos deprisa a ratos despacio, con periodos intensos de palabras abruptas,
con momentos de sosiego desde donde a la altura de sus oraciones; sin perder el contacto con la base, mira al
cielo y llega victorioso a la cima,
entre estampidos de atronadores aplausos.
Un
concierto es lo más parecido a su soflama, inflexiones que suben y bajan
acompasadas de tal forma que logran proponer el diálogo a las almas presentes
en el foro y terminar haciéndolas parte inseparable de su convite.
Esa relación
entre su pasión por Cuba y el dolor que por ella sufre, entre el amor por el hombre y la necesidad de hacer la guerra,
entre la conquista del poder y su forma
de realización en una república con todos
y para el bien de todos. Esas eternas y objetivas antinomias; le otorgan
una singularísima fuerza al torrente de su palabra, una inédita relacionalidad,
que imposibilita arrinconarla en algunos de los estilos conocidos.
Su
oratoria bebió en los manantiales clásicos de Grecia y Roma, conoce de Sagasta,
Castelar y Martó, tiene matices franceses, pero asciende hasta las pirámides
mayas, se adentra en nuestras selvas, se sumerge en el Orinoco. Como la llama,
acompaña y le es útil al runa andino. Injerta el mundo en su palabra, pero el tronco
de esta, el tronco, es innegablemente de nuestras repúblicas. Su electivismo filosófico hace caminos en la selva de su
elocuencia.
Los
Estados Unidos con su lenguaje mercantil y su gélido aliento de modernidad que
deshumaniza; no pueden con el sol que nuestro mundo le tatuó en la frente
y en el gris de sus inviernos hostiles, fueron luz sus
discursos. Allí, en los clubes
revolucionarios de New York, Tampa, Cayo Hueso en las fábricas de tabaco, junto al exiliado dueño de negocio y al
trabajador, al negro y al blanco, a la mujer
y al hombre, al guerrero y al intelectual, al joven y al viejo; puso en su
prédica patriótica razón y corazón como hasta entonces nadie, en nuestras gestas,
había logrado hacerlo.
Su talento
y su tiempo, preñado de contradicciones y aspiraciones libertarias hicieron
posibles que vieran la luz discursos inolvidables. Discurso en los cuales como
decía Gabriela Mistral, abundaba el color. Con todos y para el bien de todos,
Los pinos nuevos, La oración de Tampa y Cayo Hueso, son obras de arte cargadas de
un cromatismo profundamente simbólico. Cualquiera de ellos es puerta que
conduce a la inmortalidad de un orador.
Pero
el Apóstol de Cuba, le exige mucho más a la oratoria, para él: no es suficiente
equilibrar lo estético y lo ético en el discurso. No basta, trasgredir los
cánones de los estilos y los conjuga y relaciona. No es bastante, armonizar lo emotivo y lo
racional de manera que ninguno de estos dos importantes componentes se
sacrifique, no le sosiega el poder hacer un discurso político desde una crítica
de arte y destrozar así el mito de los tipos de oratoria. Ninguna aportación de
las tantas que realiza a esta compleja actividad comunicativa por medio de la
cual hace política; le es suficiente, le
era además preciso; consumirse iluminando.
¡Sus
últimas arengas anteceden su muerte! El
campo de batalla atesora el eco de su voz: ¡Por
Cuba, me dejo clavar en la cruz…! decía. ¡Su última tribuna: la grupa de un caballo blanco! ¡Sus
ademanes: disparos de revólver! ¡Su voz: la muerte se la roba! ¡Sus palabras: solo
un Ángel de la Guarda las escucha! Pero sus ideas, su
ejemplo, su luz de faro. ¡Para siempre,
desde los confines del tiempo nos ilumina! ¡Para impedir a tiempo que se
destroce, contra el arrecife neoliberal, el frágil barco en que juntos viajan; por este mundo
cruento e irrazonable los pueblos de América!
¡Señoras
y Señores!