lunes, 19 de febrero de 2018

XALTOCAN, TLATOANI DE AMÉRICA



En Nuestra América, desde inicios del siglo pasado proliferan los concursos de oratoria. El arte de entrelazar las almas del orador y el público a través de la palabra hablada continua teniendo cultores aún en la era de las redes sociales. La prueba más fehaciente de esta afirmación es la existencia de foros, clubes, escuelas que a lo largo y ancho de la geografía latinoamericana hacen patente la sentencia martiana que reza: “… la palabra hablada funde mejor a los hombres que la palabra escrita.” 

 

Tan variadas y diversas como nuestras regiones son las motivaciones que conllevan a que instituciones, comunidades, jóvenes y maestros de alto talento dediquen esfuerzo, tiempo y recursos materiales al desarrollo de este antiguo arte, que para nada es patrimonio exclusivo de una región particular de este planeta, pues la parte de este en que vivimos tuvo también en las cumbres de sus más trascendentales épocas y momentos a Tlamatinime y Amautas cuyas voces e ideas quedaron acrisoladas en esas gotas de ámbar que son la memoria colectiva de nuestras culturas.

De ahí que resulte extremadamente complejo, en un entorno geográfico y cultural donde la elocuencia es don natural, arriesgarse a establecer primacías entre los concursos de oratoria que de Norte a Sur se desarrollan en la América Nuestra. Cada uno de ellos está sustentado sobre valores y tradiciones que los legitiman y hacen válido el martiano empeño de poder dotar con mujeres y hombres elocuentes a nuestras repúblicas.  

Por ello no hay otro afán en estas letras que no sea el de reconocer, dentro del cosmos oratorio latinoamericano, a una de sus estrellas, el Concurso Latinoamericano de oratoria: “Gran Señorío de Xaltocan”. Si después de esta imprescindible aclaración, el texto resultase en extremo elogioso siempre quedará a la disposición del lector la posibilidad de verificar por sí mismo si las letras le son fieles a la realidad; para ello sería entonces suficiente visitar a Xaltocan en la fecha en que su plaza pública se torna tribuna desde la cual se le habla con razón y pasión a la América toda. 

Fundado en 2008, el Concurso Latinoamericano de Oratoria es el resultado de la unidad de múltiples factores, como la constancia y pasión de mujeres y hombres expertos en el arte de hablar en público procedentes de países como México, Chile, Ecuador, Nicaragua, Brasil, Cuba, Jamaica, Perú y Venezuela; la entrega y respaldo incondicional de la Asociación Civil: Gran Señorío de Xaltocan, la sabiduría de su Venerable Consejo de Ancianos, el protagonismo del pueblo xaltocameca y la colaboración de innumerables amigos y organizaciones  como el Foro de Oradores de México: José Muños Cota. 

Contexto. Xaltocan la máquina del tiempo 

Uno de los aspectos que más impacta a los que llegan por vez primera a las tierras del Gran Señorío de San Miguel de Xaltocan, para hacer uso de la palabra, es el contexto en el cual se desarrolla el concurso de oratoria, el seno de su gran final es la plaza. Como en aquellos días descritos por Martí en sus crónicas en que Xicoténcatl pedía a los tlascaltecas impedir el paso de los extranjeros sobre su amada tierra.

Aquella sobre la cual las arañas tejen en el suelo, es hoy, la gran tribuna en torno a la cual el pueblo, convocado por el caracol acude a escuchar a los más talentosos tribunos de América, a quienes aguarda siempre el anciano sabio, hombre noble y sabio a quien el tiempo bendijo. Este, a la entrada de la ciudad, recibe a los que llegan a dar su palabra, para ofrecerles un collar de flores, un baño de incienso y decirles con voz honda, profunda y a la vez noble, con una voz de todos los colores y tiempos: “Bienvenido a casa”.

¿Cómo no sentir que definitivamente se ha llegado a ese lugar al cual, por ser de todos, a todos pertenecen? Un breve trayecto entre manos, de todos los tamaños, tersas y recias que amigables saludan, conducen al centro mismo de un sitio único, creado por una suerte de máquina del tiempo capaz de mostrar, en un mismo instante y espacio, a la niñez, juventud y adultez de América de un solo tirón.   

El caracol retumba a la vez que las campanas de la iglesia repican. Comparten el espacio sonoro, ecos ancestrales y modernos. La algarabía de las conchas que adornan las piernas de los guerreros al danzar, se mezclan con el rugido de las motos de los jóvenes que reclaman un espacio para ellos en la plaza. Como flechas atraviesan el aire las notas de los flautines, el tronar de pequeños tambores que invocan antiguos espíritus y anuncian al público la pronta llegada de la palabra en la voz de guerreros ataviados todos en sus mejores galas, monocromáticas unas, policromáticas otras, bellas todas. 

En tanto, desde cada rincón de la plaza se combinan en el aire los más disímiles olores, los más distantes aromas se aproximan, hay comida prehispánica servida. Justo al lado de las brasas de Macdonals, saltan los chapulines. Pulque y Corona sobre una misma mesa, son la expresión de que aquí los siglos conviven en disputa y que todo cuanto es de este lugar lo es para siempre, porque aprendió a resistir, a pesar de los tiempos, de las modas y los modos en los que el hombre ha reñido históricamente con la vida.  
      
Una procesión tan pequeña como hermosa atraviesa la plaza. Tras un Cristo infante coronado de espinas, vi caminar niñas y niños de colores diversos con alitas de ángeles, levantando una cruz; rumbo a la iglesia justo por la misma ruta donde se levanta la piedra con la cual los otomís consagran a las arañas que anuncian la fertilidad de sus tierras. Los católicos cánticos se integran al coro de las voces originarias que invocan la fuerza de sus antepasados para, en el presente, hacer uso de la palabra a nombre de sus pueblos. El himno, patriótico bramido mexicano, entonado entonces por todos, remata con solemnes trazos este cuadro mágico que terminan siendo estos diez últimos marzos en Xaltocan. 

Un sublime y macondónico remolino de sonidos, olores, colores, visiones, costumbres de  épocas y tiempos distantes, deja todo dispuesto para el inicio de una lid tribunicia donde toda elocuencia es válida, donde ninguna palabra de mujer y hombre es superior o inferior a la de sus iguales. Donde, madura al fin, la América habla de sí y para sí con voz propia. Viéndose con sus múltiples ojos, dialoga en sus disímiles lenguas. Se abraza con sus diversas manos. Desde su infinito colorido, busca cura para sus tantísimas heridas, mientras palpita honda la pasión en su único corazón.    

Legado.  Xaltocan Tlatoani de América

Xaltocan, entre vítores y aplausos de su gente entrega cada año el oro, la plata y el bronce de su cariño a los oradores vencedores que al bajar de la tribuna ascienden a sus pueblos. Desde la Meseta Central de México hasta los Andes están hoy dispersan las preseas que distinguen a las mujeres y hombres que con sus hacer y decir intentan (…) devolver al concierto humano interrumpido la voz americana que heló en hora triste en la garganta de Netzahualcóyotl y Chilam[1] No corresponde al cronista evaluar el éxito de tan colosal empeño, lo hará la historia con mucha mayor justicia y sapiencia. 

Hasta tanto siempre será justo recordar que lo logrado supera con creses el sueño de los fundadores de esta lid de la palabra. De norte a sur se han esparcido simpatías, irrigado relaciones, sembrado sueños, cosechado amistades, compartido el amor y la dicha de haber tendidos puentes entre las más diversas y distantes regiones de una cultura sublime, la nuestra. Inspirados, tal vez en ideas y hechos muy parecidos, a los que motivaron a José Martí en sus recorridos por Nextlalpan acompañado de Felipe Sánchez Solís, se regresan a sus tierras los tribunos que asisten a Xaltocan ese lugar donde la casa de uno, se llega a convertir, como el ranchito de Don Juan, en la casa de todos. 

Más de un Foro, un Club, una Escuela o un Concurso de oratoria en América Latina, tienen hoy como fuente de inspiración y ejemplo al Gran Señorío de Xaltocan. Más de un escritor  encontró allí fundamento para nutrir sus libros, más de una comunidad o proyecto cultural, político o académico de nuestras tierras tiene a la cabeza un líder que fuera consagrado en la tribuna de Xaltocan. Varias son las universidades de América Latina que tienen al frente de sus cátedras o en altas responsabilidades profesores aclamados como tribunos de Xaltocan. A todo lo largo del continente, más de una firma legal, un periódico u otro medio de comunicación de prestigio, tienen trabajando a quienes alguna vez recibieron en Xaltocan una medalla o un collar de flores en señal de bienvenida.      
  
En justicia a estos méritos, pocas veces reconocidos, se hacen estas letras que se resisten a terminar sin antes recomendar con martiano acento[2] a quienes tengan una filosofía vacilante, o creen de una manera débil en la bondad y en la justicia visitar el lugar donde las arañas tejen en el suelo; porque es sin dudas cosa salvadora respirar un momento aquella atmósfera de fraternidades no impuestas, de deberes no obligados, de instituciones originales, bellas y llenas todas con los primeros elementos de la vida y en honor de los cuales puede considerase a Xaltocan, Tlatoani de América. 

Dr. Carlos Alberto Suárez Arcos.


[1] MARTÍ, José. Obras Completas, Edición digital. La Habana: CEM, 2002. t. 7, p. 285.
[2] MARTÍ, José. Fiesta en Tultepec. OCEC. La Habana: CEM, 2001. t. 2, p. 31-36.

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