En Nuestra América, desde
inicios del siglo pasado proliferan los concursos de oratoria. El arte de
entrelazar las almas del orador y el público a través de la palabra hablada continua
teniendo cultores aún en la era de las redes sociales. La prueba más fehaciente
de esta afirmación es la existencia de foros, clubes, escuelas que a lo largo y
ancho de la geografía latinoamericana hacen patente la sentencia martiana que
reza: “… la palabra hablada funde mejor a los hombres que la palabra escrita.”
Tan variadas y diversas como nuestras regiones son las
motivaciones que conllevan a que instituciones, comunidades, jóvenes y maestros
de alto talento dediquen esfuerzo, tiempo y recursos materiales al desarrollo
de este antiguo arte, que para nada es patrimonio exclusivo de una región
particular de este planeta, pues la parte de este en que vivimos tuvo también
en las cumbres de sus más trascendentales épocas y momentos a Tlamatinime y Amautas cuyas voces e
ideas quedaron acrisoladas en esas gotas de ámbar que son la memoria colectiva
de nuestras culturas.
De ahí que resulte extremadamente complejo, en un
entorno geográfico y cultural donde la elocuencia es don natural, arriesgarse a
establecer primacías entre los concursos de oratoria que de Norte a Sur se desarrollan
en la América Nuestra. Cada uno de ellos está sustentado sobre valores y
tradiciones que los legitiman y hacen válido el martiano empeño de poder dotar con
mujeres y hombres elocuentes a nuestras repúblicas.
Por ello no hay otro afán en estas letras que no sea
el de reconocer, dentro del cosmos oratorio latinoamericano, a una de sus
estrellas, el Concurso Latinoamericano de oratoria: “Gran Señorío de Xaltocan”.
Si después de esta imprescindible aclaración, el texto resultase en extremo
elogioso siempre quedará a la disposición del lector la posibilidad de
verificar por sí mismo si las letras le son fieles a la realidad; para ello
sería entonces suficiente visitar a Xaltocan en la fecha en que su plaza pública
se torna tribuna desde la cual se le habla con razón y pasión a la América
toda.
Fundado en 2008, el Concurso Latinoamericano de
Oratoria es el resultado de la unidad de múltiples factores, como la constancia
y pasión de mujeres y hombres expertos en el arte de hablar en público
procedentes de países como México, Chile, Ecuador, Nicaragua, Brasil, Cuba,
Jamaica, Perú y Venezuela; la entrega y respaldo incondicional de la Asociación
Civil: Gran Señorío de Xaltocan, la sabiduría de su Venerable Consejo de
Ancianos, el protagonismo del pueblo xaltocameca y la colaboración de
innumerables amigos y organizaciones como
el Foro de Oradores de México: José Muños Cota.
Contexto.
Xaltocan la máquina del tiempo
Uno de los aspectos que más impacta a los que llegan
por vez primera a las tierras del Gran Señorío de San Miguel de Xaltocan, para
hacer uso de la palabra, es el contexto en el cual se desarrolla el concurso de
oratoria, el seno de su gran final es la plaza. Como en aquellos días descritos
por Martí en sus crónicas en que Xicoténcatl pedía a los tlascaltecas impedir
el paso de los extranjeros sobre su amada tierra.
Aquella sobre la cual las arañas tejen en el suelo, es
hoy, la gran tribuna en torno a la cual el pueblo, convocado por el caracol acude
a escuchar a los más talentosos tribunos de América, a quienes aguarda siempre
el anciano sabio, hombre noble y sabio a quien el tiempo bendijo. Este, a la
entrada de la ciudad, recibe a los que llegan a dar su palabra, para ofrecerles
un collar de flores, un baño de incienso y decirles con voz honda, profunda y a
la vez noble, con una voz de todos los colores y tiempos: “Bienvenido a casa”.
¿Cómo no sentir que definitivamente se ha llegado a
ese lugar al cual, por ser de todos, a todos pertenecen? Un breve trayecto
entre manos, de todos los tamaños, tersas y recias que amigables saludan,
conducen al centro mismo de un sitio único, creado por una suerte de máquina
del tiempo capaz de mostrar, en un mismo instante y espacio, a la niñez,
juventud y adultez de América de un solo tirón.
El caracol retumba a la vez que las campanas de la
iglesia repican. Comparten el espacio sonoro, ecos ancestrales y modernos. La
algarabía de las conchas que adornan las piernas de los guerreros al danzar, se
mezclan con el rugido de las motos de los jóvenes que reclaman un espacio para
ellos en la plaza. Como flechas atraviesan el aire las notas de los flautines,
el tronar de pequeños tambores que invocan antiguos espíritus y anuncian al
público la pronta llegada de la palabra en la voz de guerreros ataviados todos
en sus mejores galas, monocromáticas unas, policromáticas otras, bellas todas.
En
tanto, desde cada rincón de la plaza se combinan en el aire los más disímiles
olores, los más distantes aromas se aproximan, hay comida prehispánica servida.
Justo al lado de las brasas de Macdonals, saltan los chapulines. Pulque y
Corona sobre una misma mesa, son la expresión de que aquí los siglos conviven en
disputa y que todo cuanto es de este lugar lo es para siempre, porque aprendió
a resistir, a pesar de los tiempos, de las modas y los modos en los que el
hombre ha reñido históricamente con la vida.
Una procesión tan pequeña como hermosa atraviesa la
plaza. Tras un Cristo infante coronado de espinas, vi caminar niñas y niños de
colores diversos con alitas de ángeles, levantando una cruz; rumbo a la iglesia
justo por la misma ruta donde se levanta la piedra con la cual los otomís consagran
a las arañas que anuncian la fertilidad de sus tierras. Los católicos cánticos
se integran al coro de las voces originarias que invocan la fuerza de sus
antepasados para, en el presente, hacer uso de la palabra a nombre de sus
pueblos. El himno, patriótico bramido mexicano, entonado entonces por todos,
remata con solemnes trazos este cuadro mágico que terminan siendo estos diez
últimos marzos en Xaltocan.
Un sublime y macondónico remolino de sonidos, olores, colores,
visiones, costumbres de épocas y tiempos
distantes, deja todo dispuesto para el inicio de una lid tribunicia donde toda
elocuencia es válida, donde ninguna palabra de mujer y hombre es superior o
inferior a la de sus iguales. Donde, madura al fin, la América habla de sí y
para sí con voz propia. Viéndose con sus múltiples ojos, dialoga en sus disímiles
lenguas. Se abraza con sus diversas manos. Desde su infinito colorido, busca
cura para sus tantísimas heridas, mientras palpita honda la pasión en su único
corazón.
Legado.
Xaltocan Tlatoani de América
Xaltocan, entre vítores y aplausos de su gente entrega
cada año el oro, la plata y el bronce de su cariño a los oradores vencedores que
al bajar de la tribuna ascienden a sus pueblos. Desde la Meseta Central de
México hasta los Andes están hoy dispersan las preseas que distinguen a las
mujeres y hombres que con sus hacer y decir intentan (…) devolver al concierto humano interrumpido la voz americana que heló en
hora triste en la garganta de Netzahualcóyotl y Chilam[1]
No corresponde al cronista evaluar el éxito de tan colosal empeño, lo hará la
historia con mucha mayor justicia y sapiencia.
Hasta tanto siempre será justo recordar que lo logrado
supera con creses el sueño de los fundadores de esta lid de la palabra. De
norte a sur se han esparcido simpatías, irrigado relaciones, sembrado sueños, cosechado
amistades, compartido el amor y la dicha de haber tendidos puentes entre las
más diversas y distantes regiones de una cultura sublime, la nuestra. Inspirados,
tal vez en ideas y hechos muy parecidos, a los que motivaron a José Martí en
sus recorridos por Nextlalpan acompañado de Felipe Sánchez Solís, se regresan a
sus tierras los tribunos que asisten a Xaltocan ese lugar donde la casa de uno,
se llega a convertir, como el ranchito de Don Juan, en la casa de todos.
Más de un Foro, un Club, una Escuela o un Concurso de
oratoria en América Latina, tienen hoy como fuente de inspiración y ejemplo al
Gran Señorío de Xaltocan. Más de un escritor
encontró allí fundamento para nutrir sus libros, más de una comunidad o
proyecto cultural, político o académico de nuestras tierras tiene a la cabeza
un líder que fuera consagrado en la tribuna de Xaltocan. Varias son las universidades
de América Latina que tienen al frente de sus cátedras o en altas
responsabilidades profesores aclamados como tribunos de Xaltocan. A todo lo
largo del continente, más de una firma legal, un periódico u otro medio de
comunicación de prestigio, tienen trabajando a quienes alguna vez recibieron en
Xaltocan una medalla o un collar de flores en señal de bienvenida.
En justicia a estos méritos, pocas veces reconocidos,
se hacen estas letras que se resisten a terminar sin antes recomendar con
martiano acento[2]
a quienes tengan una filosofía vacilante, o creen de una manera débil en la
bondad y en la justicia visitar el lugar donde las arañas tejen en el suelo;
porque es sin dudas cosa salvadora respirar un momento aquella atmósfera de fraternidades
no impuestas, de deberes no obligados, de instituciones originales, bellas y llenas
todas con los primeros elementos de la vida y en honor de los cuales puede
considerase a Xaltocan, Tlatoani de América.
Dr. Carlos Alberto Suárez Arcos.
[1] MARTÍ, José. Obras Completas, Edición digital. La Habana: CEM, 2002. t. 7, p.
285.
[2] MARTÍ, José. Fiesta en Tultepec. OCEC. La Habana: CEM, 2001. t. 2, p. 31-36.
No hay comentarios:
Publicar un comentario