Las transformaciones indiscutiblemente
complejas, necesarias y riesgosas que hoy vive la patria, demandan muchas más
letras como estas que Darío aquí nos entrega, por su utilidad merecen toda atención
y el más colectivo de los íntimos diálogos con ellas. Ese es mi objetivo al divulgarlas.
Acerca de la democracia, la
Constitución y el poder de cara al VII Congreso del PCC
Por: Darío Machado
Rodríguez / 2 diciembre 2015
El conjunto de las
medidas de corte económico que están aplicándose en la sociedad cubana como
resultado de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y
la Revolución, reclaman que más temprano que tarde se introduzcan cambios en la
Constitución de la República como parte del proceso de articulación de las
actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica
política. Es conocido que en ello se está trabajando, aunque no hay detalles
respecto a la metodología que se está siguiendo al respecto ni sobre cuáles
instituciones y personas están participando.
Es un paso en extremo
importante y requerido del mayor cuidado para evitar que desde la
superestructura política se adopten marcos referenciales que permitan un
desarrollo descontrolado de las relaciones mercantiles. De ocurrir eso
terminaría afectándose el sentido socialista de la construcción social desde la
propia institucionalidad.
Es un tema imposible
de abarcar en el espacio de un texto breve como el que presento ahora al
lector, por lo que solamente haré una aproximación a ciertas claves que
considero fundamentales y sobre las que he escuchado distintos criterios como
parte de los debates en curso hoy en la sociedad cubana en espacios académicos
y culturales.
Sobre la democracia
Democracia en esencia
es participación, participación real de la ciudadanía. Suponer que el único
modo de alcanzar la democracia es a través de la existencia de partidos
políticos que se disputan el poder, significa multiplicar, santificar, la
representatividad política en detrimento de la participación popular real, con
el peligro adicional en el caso cubano de facilitar la operatividad de los
intereses hegemónicos de los poderes
norte-céntricos, en particular los que anidan en el Estado norteamericano, ya
que es elemental que alrededor del pluripartidismo se agruparán intereses
corporativos exclusivos y excluyentes que no tendrán vocación de articular
acciones a favor de la sociedad en su conjunto, dado que si la tuvieran no se
agruparían en organizaciones políticas separadas, sino que tendrían la vocación
de compartir el poder con todo el pueblo sin reclamar banderías representativas
específicas.
El poder económico y
político de las trasnacionales y de los estados del primer mundo que las
arropan y representan políticamente, no tardarían en desarrollar tácticas de
influencia en todos los órdenes, en particular a través de los medios de
comunicación tradicionales y digitales, apoyándose en esas organizaciones que
se auto-reconocerán como representantes de los intereses corporativos para los
cuales habrían sido creadas.
Siempre he sostenido
y sostengo que no es condición para orientar la sociedad con un rumbo
socialista, y dentro de este el desarrollo de amplias prácticas democráticas
para toda la ciudadanía, que exista una única organización política en la
sociedad, como tampoco que tengan que existir varias…
Si la existencia de
múltiples partidos fuera garantía de libertad y democracia, este mundo donde
predomina el pluripartidismo sería el paraíso terrenal. Pero todos sabemos que
no es así.
El capital ha vaciado
y viciado los principios declarados por el liberalismo originario demostrando
así que el modo de producción capitalista es incapaz de realizar los ideales
fundadores proclamados de libertad, igualdad y fraternidad, algo que
paradójicamente solo podrá lograr un sistema social negador radicalmente del
capitalismo y del liberalismo, lo que no significa negar todos sus valores,
sino darles contenido humanista, realizar y enriquecer los más nobles y
desarrollar nuevos.
Es muy importante
derrotar al neoliberalismo, pero no justificar con ello el liberalismo.
En efecto, hay una
tendencia dentro de lo que se considera por muchos en general “izquierda” a
rechazar las políticas y prácticas neoliberales, posición sin discusión
unificadora, pero la idea de que podrá regresarse en este mundo a un
capitalismo no neoliberal como solución a los grandes males que aquejan a la
humanidad no pasa de ser una pretensión ilusoria, por más que hoy lo urgente es
evitar la catástrofe neoliberal.
Las diferencias
sociales, en particular las clasistas, consustanciales al sistema mercantil
capitalista y al modo de vida que se desarrolla desde sus estructuras y
relaciones sociales, la lógica capitalista del desarrollo desigual generan
contradicciones políticas e intereses encontrados que tienen desiguales
posibilidades y libertades de expresión.
Aquellas que no
cuestionan el sistema tienen más amplias posibilidades y libertades, las que lo
cuestionan están restringidas y eso solo mientras no amenazan los intereses
fundamentales del capital, ya que cuando eso ocurre funcionan primero todos los
mecanismos de la legalidad que genera para su protección el propio sistema y
finalmente la represión abierta o encubierta.
Por otra parte, la
sociedad capitalista obligada a crecer para existir y generadora del afán de
lucro, de la competencia por la ganancia no podrá sino tender nuevamente
reproducir las tendencias neoliberales.
Basta un vistazo a la
realidad del mundo de hoy para reconocer eso.
Quien vivió la
experiencia de lo que fue para Cuba el liberalismo dependiente y hoy aboga por
el pluripartidismo en función de “lograr la plena democracia” es alguien con la
memoria muy deteriorada o que nunca entendió la historia de Cuba, ni la
urgencia de una verdadera revolución, ni compartió los fundamentos de la
necesaria unidad nacional para alcanzar los objetivos de justicia social.
Un modo liberal de
organizar las estructuras y actividad políticas del país suponiendo que con
ello se alcanzará el ideal de la democracia, en condiciones como las actuales
de un incremento de las relaciones mercantiles, pondría en peligro inminente al
ideal socialista, al abrir paso a esos intereses corporativos y al capitalismo
internacional. Los procesos políticos, especialmente los electorales, se
viciarán cuando el dinero encuentre las formas para confundir y comprar
voluntades y envilecer el voto ciudadano. Sería facilitar por ley, lo que en
más de medio siglo el capitalismo no ha podido recuperar en Cuba por la fuerza.
Es muy importante
tener presente lo expresado por el compañero Fidel el 17 de noviembre de 2005
en la Universidad de La Habana:
“Yo decía que éramos
cada vez más revolucionarios y es por algo, porque cada vez conocemos mejor al
imperio, cada vez conocemos mejor de lo que son capaces y antes éramos
escépticos incluso frente a algunas cosas, nos parecían imposible.
“Habían engañado al
mundo. Cuando surgieron los medios
masivos se apoderaron de las mentes y gobernaban no solo a base de mentiras,
sino de reflejos condicionados. No es lo
mismo una mentira que un reflejo condicionado: la mentira afecta el
conocimiento; el reflejo condicionado afecta la capacidad de pensar. Y no es lo mismo estar desinformado que haber
perdido la capacidad de pensar, porque ya te crearon reflejos: “Esto es malo, esto es malo; el socialismo es
malo, el socialismo es malo”, y todos los ignorantes y todos los pobres y todos
los explotados diciendo: “El socialismo
es malo.” “El comunismo es malo”, y
todos los pobres, todos los explotados y todos los analfabetos repitiendo: “El
comunismo es malo.”
“Cuba es mala, Cuba
es mala”, lo dijo el imperio, lo dijo en Ginebra, lo dijo en veinte lugares, y
vienen todos los explotados de este mundo, todos los analfabetos y todos los
que no reciben atención médica, ni educación, ni tienen garantizado empleo, no
tienen garantizado nada: “La Revolución
Cubana es mala, la Revolución Cubana es mala.”
“Oiga, que la Revolución Cubana hizo esto y esto.” “Oiga, que no hay un analfabeto.” “Oiga, que la mortalidad infantil es
esta.” “Oiga, que todo el mundo sabe
leer y escribir.” “Oiga, que no puede
haber libertad si no hay cultura.”
“Oiga, no puede haber elección.[1]
Igualmente vale recordar
lo que dijo recientemente Raúl en la ONU:
“Los sistemas
electorales y los partidos tradicionales, que dependen del dinero y la
publicidad, son cada vez más ajenos y distantes de las aspiraciones de sus
pueblos.”[2]
Garantizar el
pluralismo político, el derecho de los ciudadanos a tener su propia opinión,
sea esta cual sea, y a ser escuchado en libertad implica, en primer lugar,
transparencia informativa en los marcos que establece la ley. Esta
transparencia debe ser entendida no solo como la capacidad de dar espacio en
los medios a esa diversidad de opiniones, sino también mantener debidamente
informada a la ciudadanía acerca de las realidades del país.
La agenda pública
debe pautar la agenda mediática, a la par que la agenda política en la sociedad
socialista cubana debe identificarse con los intereses de la ciudadanía,
propiciar su derecho y ejercer su influencia política en el terreno de la
diversidad de opiniones consustanciales a la realidad del pluralismo político.
Ese diálogo es
precisamente un elemento importante de la democracia, junto con la democracia
del pan, del trabajo, de la vivienda de la educación, de la salud, de la
protección de la niñez y de la tercera edad, de la seguridad social, de la
independencia y la soberanía nacional.
El reconocimiento por
el Estado de la diversidad de opiniones, del conflicto y de la multiplicidad de
intereses y de su derecho a la visibilidad pública dentro del marco establecido
por la ley es aún una asignatura pendiente en Cuba y asunto a resolver para
alcanzar toda la democracia posible.
El poder popular
Si algo fue creativo,
no exento de errores como suele ocurrir con cualquier obra y pensamiento
humanos, fue el modo en el que se organizó en la década del 70 el poder popular
en Cuba.
Es cierto que, al
igual que en los países socialistas, particularmente en la URSS, cuyas
experiencias fueron revisadas y no pocas copiadas en el terreno económico y
organizativo, se incluyó en nuestra Constitución un artículo que establece la
condición de fuerza dirigente superior de la sociedad cubana al Partido
Comunista de Cuba.[3]
Pero el significado,
la virtualidad y la práctica de esta premisa constitucional más allá de su
origen, del momento en que se adoptó, tuvieron como todavía tienen en la
sociedad cubana una significación propia que no dependió del hecho de haberse
incluido en 1976 en la Constitución refrendada por el voto abrumadoramente
mayoritario de la sociedad cubana, sino que fue consecuencia ante todo del
prestigio ganado por el PCC, de sus dirigentes, cuadros y militantes.
El abrumadoramente
mayoritario Sí a la Constitución de 1976 fue un voto de aceptación por las
mayorías ciudadanas del papel dirigente del partido, pero también tiene una
raíz histórica que nos viene del legado martiano, que si bien al fundar el
Partido Revolucionario Cubano no postuló, ni mucho menos, que tenía que ser el
único, si lo calificó así: “El partido existe, seguro de su razón, como el alma
visible de Cuba”.[4]
Ese partido, creado
para asegurar la cohesión de los cubanos alrededor del ideal independentista,
patriótico e internacionalista, existía “seguro de su razón como el alma
visible de Cuba” de la sociedad cubana, de los cubanos.
Su razón era la
sociedad misma, el partido como “alma visible de Cuba”. Nada más alto política
y éticamente en Cuba. En consecuencia, el alma de la nación, que no es la de
nadie en particular, debe visibilizarse en el partido, y solo puede
comprenderse y validarse, racional y legítimamente a través del consenso que
nutre y constituye la política que traza el partido.
La cohesión de la
sociedad es imprescindible, y el partido y la ideología revolucionaria que
pauta su comportamiento deben estar en plena identificación con “el alma
visible de Cuba” que solo puede identificarse en el consenso.
Eso implica también
un diálogo fluido, permanente y abierto en el que, como expresara Fidel, el
revolucionario debe no solo persuadir, sino dejarse persuadir por el pueblo.
Había entonces
importantes condicionantes históricas y políticas para codificar como razón
jurídica el papel del partido en la sociedad cubana, no como única fuerza
dirigente, sino como la principal, la superior. Ese papel de fuerza dirigente
con la responsabilidad de cohesionar y direccionar la actividad social en
general, no le corresponde ni puede corresponderle a la Constitución cuyo papel
es el de ser la ley de leyes, la ley primera de la república, arbitrar en la
máxima instancia legal de la sociedad los comportamientos de individuos,
grupos, instituciones, organizaciones, es decir, los de todos los actores
sociales, incluyendo naturalmente al partido.
Prescindir de esa
función jurídicamente respaldada de coordinar y direccionar los esfuerzos de
toda la sociedad, sería letal en las condiciones actuales y futuras de Cuba, de
su contexto regional y mundial. Sería caer en la ingenuidad de pensar que los
intereses de la sociedad cubana en su conjunto no están amenazados por el
hegemonismo del neoliberalismo y de los poderes norte-céntricos que lo
respaldan.
La tendencia deber
ser en lo adelante la de empoderar de modo creciente al pueblo, asegurar una
mayor y más amplia participación en los procesos políticos. El empoderamiento
de la sociedad en sus diferentes ámbitos y planos es una tarea política
fundamental para un sólido anclaje del socialismo cubano.
No se necesitan en
las condiciones de Cuba más partidos, sino más democracia participativa, para
transferir cada vez mayor poder a la sociedad reduciendo gradual y
convenientemente las funciones del Estado y consolidando la identificación del
partido con la sociedad. Ese proceso no puede ser espontáneo y la entidad que
puede embanderarlo en nuestra sociedad es el Partido.
El Partido Comunista
de Cuba, que nació del proceso de unidad política de la nación cubana después
del triunfo de la revolución, pero abonado desde la etapa de lucha
revolucionaria y como consecuencia lógica e histórica de esta, recibió del
pueblo que aprobó la Constitución de 1976 esa condición jurídica, lo que
significa que se debe a esa Constitución, que su primer deber es garantizar su realización
práctica. En modo alguno significa que el partido está por encima de la ley,
sino que es el primer garante del cumplimiento de lo establecido en la Ley de
Leyes, lo cual incluye natural y elementalmente a sus militantes y cuadros,
ciudadanos del país.
Las vías y modos de
expresión de la libertad política[5], del pluralismo político y del pluralismo
en general, en el marco que establece la ley y finalmente quede establecido en
la reforma constitucional, deben estar pautados por una ley de comunicación o
ley de prensa, o cualquier otra denominación propicia y su correspondiente
reglamento de manera que se asegure en ese plano toda la democracia posible.
La reforma
constitucional en ciernes no es homologable por sus características, magnitud y
trascendencia a las anteriores reformas y requerirá de un amplio y exhaustivo
proceso de debate social que debe hacerse sin pausa, pero sin prisa, ya que en
ello se juega el destino del país y es obvio que no alcanzaría el grado
necesario de legitimación si no se aprueba mediante referendo.
En consecuencia, cada
una de las transformaciones que se propongan debe ser objeto de un profundo
debate en el que sean ampliamente desmenuzados los porqué, los posibles efectos
directos y secundarios, las principales contenidos de las reglamentaciones que
sean eventualmente necesarias, diálogo en el que se ofrezca a la sociedad toda
la información y valoraciones que permitan al ciudadano después ejercer con
plena conciencia su voto en el referendo.
A los medios de
comunicación social corresponderá la misión de servir de referencia social de
los criterios que representen el espectro integral de los puntos de vista de la
sociedad acerca de los cambios que se propongan. De una u otra manera, todos
los espacios informativos y de análisis tendrán que jugar un importante papel
en este proceso.
Es que se trata de
atemperar la institucionalidad jurídica de la sociedad cubana a los importantes
cambios que ya están teniendo lugar en el terreno socioeconómico, así como de
pautar constitucionalmente sus alcances y límites, tanto en lo económico como
en lo organizativo y lo político.
Y este proceso es más
complejo, porque tendrá lugar en un momento en el que en la sociedad cubana hay
numerosos criterios respecto del funcionamiento del Poder Popular y se ha
registrado una menor participación en los procesos electorales, que si bien
sigue siendo muy alta puede estar revelando desgano o apatía, al no sentir esa
parte del electorado que no ejerce el voto o lo ejerce negligentemente mediante
la boleta en blanco o la anulación, desinterés y desconexión con las
estructuras estatales que se renuevan.
Los principios que
fundamentan el Poder Popular en Cuba deben mantener su vigencia: la unidad de
poderes del Estado, la postulación por el pueblo, la ausencia de privilegios y
la no remuneración especial para delegados y diputados, la rendición de
cuentas, la revocación, la prohibición de propaganda electoral, etc., pero es
fundamental reconocer que el propio Poder Popular en su funcionamiento ha
perdido también presencia política y fuerza representativa real entre la
ciudadanía. No ha logrado actualizar aspectos esenciales de su funcionamiento
en lo tocante a su capacidad movilizadora del electorado, los cambios y los
experimentos no han penetrado la esencia de estos problemas, sino que se han
dirigido más bien a elementos estructurales y procedimentales, que son válidos,
pero no suficientes en lo tocante a la participación.
Los cambios en la
construcción, renovación y funcionamiento del Poder Popular tendrán que ser el
resultado de diálogos fluidos y amplios con la ciudadanía, pero cabe apuntar
algunos temas que podrían ser eventualmente objeto de atención con la finalidad
de elevar el papel y la representatividad de los órganos, organismos, delegados
y diputados del Poder Popular y ampliar la participación democrática de la
población.
Algunas propuestas
para el debate
Una vía para ampliar
la democracia participativa es la de organizar consultas populares para los
diferentes temas que analiza el Poder Popular en los diferentes niveles, así
como establecer la práctica del presupuesto participativo dentro de la línea
maestra de descentralización del presupuesto. Tales prácticas serían pasos
fundamentales para empoderar directamente a la ciudadanía, sin restar
importancia a sus representantes elegidos, sino fortaleciéndola.
Emplear con
racionalidad, pero cada vez que sea aconsejable, el referendo comunitario,
zonal, municipal, provincial o nacional sobre los temas que atañen a los
territorios y al país.
Otro modo de ampliar
la democracia participativa puede serlo el de promover que desde diferentes
sectores del país, centros de producción, de estudio, de investigación,
hospitales, organizaciones profesionales, etc. se produzcan propuestas a
presentar en las comisiones de candidatura para delegados a las asambleas
provinciales y diputados a la Asamblea Nacional.
También que las
candidaturas resultantes para estas asambleas sometan a la votación del
electorado a un número mayor de candidatos para elegir el cupo correspondiente.
Otra variante es la
de ampliar los debates de los candidatos entre los electores de manera que se
enriquezca la visión que ofrecen las breves biografías que se publican.
Las rendiciones de
cuenta -un pilar fundamental de la democracia participativa- pueden ser menos
frecuentes (por ejemplo una vez al año) y ser más eficientes, mejor organizadas
y preparadas, con participación de los representantes de las entidades que han
sido interpelados por los representantes del Poder Popular y que respondan
directamente ante los electores, y deben servir no solo para tratar asuntos de
interés estrictamente local, sino también territorial, nacional e incluso
internacional, ya que los asuntos del país son todos de la incumbencia del
Poder Popular y por tanto de sus bases ciudadanas.
Podrían también
mejorarse las condiciones para la labor política del delegado, por ejemplo
facilitándole que trabaje a medio tiempo o que dedique todo su tiempo a su
tarea política si lo requiere para sus funciones. Ello le permitiría un mayor y
mejor acercamiento a la cotidianidad del electorado que representa.
Desarrollar una mayor
presencia mediática de las experiencias del Poder Popular, las positivas y las
negativas, del papel de los electores y sus representantes en ellas, de modo
que se enriquezcan los conocimientos de la ciudadanía y con ello su capacidad
participativa.
Solo he apuntado
algunos elementos que considero pueden ser discutidos y a manera de ejemplo
acerca de aspectos que pueden ser mejorados.
El Partido y el
Estado
La separación de
funciones del Partido y del Estado en modo alguno puede verse como absoluta,
simplemente porque los propósitos sociales de ambas instituciones en el
socialismo cubano son y deben seguir siendo la justicia social y el bienestar
de la sociedad en su conjunto.
Del mismo modo que el
Estado no debe verse separado del pueblo y el Partido no debe verse separado
del pueblo, el Partido y el Estado no deben verse separados entre sí, lo que no
obsta para diferenciar funciones que son específicas de la esencia del papel
social de cada expresión política de la república unitaria y democrática
cubana.
Sí debe analizarse
que su carácter de fuerza rectora superior de la sociedad cubana debe estar
también reglamentado, como ocurre con cualquier otro postulado constitucional,
una reglamentación que precise el modo en el que se ejerce esa condición en los
diferentes ámbitos y niveles en el que se organiza el Partido. Eso falta.
No hay democracia
perfecta ni paradigma alguno para construir la democracia socialista cubana
Un principio
fundamental es que no se puede sacrificar la democracia verdadera en el altar
del liberalismo. Eso ya lo hizo el capitalismo y vemos las consecuencias.
Del mismo modo que el
pluripartidismo no es condición sine qua non de la democracia, el hecho de
tener un solo partido no significa que esta se practique realmente.
Pero sean cuales
fueren las decisiones que se adopten en materia de construcción democrática, lo
primero es que sean auténticas en el sentido de constituir conclusiones a
partir de nuestra propia realidad.
Ya hemos tenido en
Cuba la experiencia de copiar mal lo bueno y bien lo malo, no será ahora que
tomemos como modelo las experiencias de otros países donde determinadas
medidas, métodos, caminos, han resultado viables (mucho menos las de países
capitalistas desarrollados) como si fueran soluciones que necesariamente nos
vendrán bien a nosotros.
Es importante -creo
que decisivo para el futuro socialista- no adoptar ninguna medida en el orden
jurídico y político que signifique un retroceso en relación con lo que ya hemos
alcanzado en la experiencia cubana. Por más que experiencias como por ejemplo
la vietnamita o la venezolana han resultado ser importantes y válidas en sus
respectivas realidades y que sea oportuno y beneficioso conocerlas y
estudiarlas, ello no debe ser adoptado como lo que hay que hacer en Cuba.
Un papel importante
lo juegan también las tradiciones. La tradición de ejercicio democrático, más
amplia, más participativa y más sostenida en el tiempo en nuestro país, la
tiene hoy la historia del devenir socialista de la sociedad cubana.
El flaco y nada
realmente participativo ejercicio democrático liberal en los 56 años entre 1902
y 1958, iniciado con la coyunda de la Enmienda Platt e interrumpido en dos ocasiones
por las dictaduras de Machado y de Batista, no sembraron una tradición en la
sociedad cubana medianamente comparable con la lograda por el ejercicio
democrático de la revolución socialista.
Lo primero y factor
determinante para una participación consciente de la ciudadanía es la
instrucción, el conocimiento, la cultura que ha sido un decisivo factor
multiplicador de las potencialidades políticas participativas del pueblo, de
las grandes mayorías ciudadanas. La riqueza cultural generada por la revolución
socialista supera con creces a la alcanzada durante el capitalismo dependiente
en el país.
Las sistemáticas
consultas a la ciudadanía, la práctica participativa de las organizaciones
sociales y profesionales, el papel de los colectivos laborales, de las empresas
estatales, de las cooperativas, de las comunidades, etc. han producido un
práctica democrática, más allá de sus defectos e insuficiencias, muy superior a
la que hubo en la etapa prerrevolucionaria, y ha tenido lugar también con
determinadas formas tradicionales de ejercerse, entre ellas el reconocimiento
de la necesidad de una organización política que vele por la cohesión de la
sociedad y por la observancia de los principios democráticos del socialismo en
Cuba refrendados constitucionalmente.
Entre los elementos
de esa tradición revolucionaria están también los modos de reproducir los
poderes del Estado, el sistema electoral participativo, el modo en que se elige
en Cuba al Presidente del país, el papel del Partido como ente político garante
de la cohesión de la sociedad alrededor de sus propósitos consensuados.
No será liquidando
por decreto estas tradiciones que se alcanzarán los propósitos de conquistar
toda la democracia posible, antes bien se debilitarían esos esfuerzos porque no
abrirían nuevos espacios para la participación de todo el pueblo en pie de
equidad, y en el caso del pluripartidismo se estimularía la formación de
centros de gravedad política alrededor de intereses corporativos que
terminarían debilitando la cohesión del país haciéndolo vulnerable a los
intereses de las transnacionales y de los poderes norte-céntricos.
Va contra la nación,
pero también contra el sentido común que exige el más elemental rigor en el
pensamiento social, el dejar de tener en cuenta las prácticas que han resultado
válidas en la sociedad cubana y suponer que cambiar unas u otras es de hecho la
respuesta revolucionaria a la voluntad política de alcanzar como pidiera el
Presidente Raúl Castro, “toda la democracia posible”. Tal es el caso, por
ejemplo de quienes proponen que el Presidente de la República sea elegido por
el voto directo del pueblo y no por la ANPP devenida colegio electoral, o
quienes suponen que mejora la situación del país si en lugar de tener varios
vicepresidentes haya uno solo.
Tales iniciativas se
alejan de lo esencial en el propósito de lograr toda la democracia posible.
Sobre las anteriores propuestas cabe preguntarse si la elección directa del
Presidente de la República lejos de asegurar más democracia, no tendría el
efecto contrario, al legitimar por el efecto de la mayoría de votos válidos en
la elección, la concentración de poder en una sola persona, en lugar de la
dependencia que tiene actualmente el Presidente de la República del Consejo de
Estado y de la Asamblea Nacional que lo elige. O preguntarse, por qué un único
vicepresidente de la República, en lugar de los actuales vicepresidentes del
Consejo de Estado, uno de ellos primer vicepresidente, cuáles beneficios
traería.
Si el Presidente y un
único Vicepresidente fueran elegidos por la mayoría de los sufragantes del país
(eventualmente no necesariamente por la mayoría de la población adulta)
concentrarían un poder que lejos de profundizar la democracia mediante el
diálogo con los integrantes del Consejo de Estado y con la ANPP tendería a
favorecer sus decisiones individuales. Dudo que entonces eso sería “más
democrático”.
Si lograr el
funcionamiento real de la democracia dependiera de tales cambios, la vida
fluiría como miel sobre hojuelas. Todo eso puede aprobarse y la democracia
verdadera quedar en el mismo sitio o incluso retroceder por el debilitamiento o
anulación de las tradiciones cubanas en el ejercicio de la política, en el modo
de elegir y ser elegido, que son las tradiciones políticas más genuinas de la
historia de nuestro país, mientras sigue siendo lo esencial la participación
popular incluyendo la participación en los procesos electorales, las garantías
del control social, la transparencia informativa, etc.
El Partido
Pero el mismo proceso
de diferenciación que se produce en la sociedad cubana como resultado del
desarrollo cultural, del intercambio de ideas, de los incrementados flujos de
información, se produce también entre los que integran las filas del partido.
El desconocimiento de
esa realidad como resultado de la inercia en el comportamiento, los hábitos de
hacer la política y de presentar, proclamar y argumentar la ideología,
solamente puede conducir al debilitamiento de su accionar aunque con ello
parezca que no hay nada que haya cambiado.
De ahí que sea imprescindible
propiciar el debate ideológico y político que conduzca al mutuo esclarecimiento
en sus filas y generar métodos realmente participativos, en los que como
resultado prime aquello que sea consensuado entre su militancia. Los análisis y
los debates deben ser conducidos para que produzcan resultados, para que no se
pierdan en la dispersión de puntos de vista sin una conclusión práctica para la
acción, conducirlos para construir el consenso.
El método de elaborar
documentos por grupos de personas, ponerlos a debate, recoger ideas y
finalmente que ese mismo u otro grupo de personas decida cuáles aportes se
incluyen y cuáles no, mientras no existe en el universo de la comunicación
política de los medios y los espacios de reflexión una evidencia colectiva de
los diferentes criterios en curso, lastra la participación, obstaculiza el
enriquecimiento del debate y finalmente, tanto en el principio con en el fin de
la discusión, no primarán los criterios colectivos, sino los de quienes
elaboran la propuesta inicial y la final.
No se trata de
desconocer la necesidad de la confianza en las instancias partidistas, sino de
que esta confianza sea mutua y se exprese en la aceptación de los diferentes
puntos de vista en calidad de igualmente válidos y que se propicie un clima en
el que haya confianza para expresar cualquier idea sin considerarse ello una
indisciplina por desconocer el papel de los organismos superiores.
El centralismo
democrático -que justo es reconocerlo no llegó nunca aplicarse creativamente para lograr todo lo
que se esperaba con este principio de dirección política-[6] hoy debe dar paso
a un profundo análisis acerca de sus virtudes y defectos, ventajas y
desventajas, potencialidades y debilidades.
Lo cierto es que ha
sido difícil, a veces imposible, sustraerse a los vicios del pasado del
capitalismo dependiente en materia de dirección en la sociedad. El capitalismo
ha realizado un doctorado en sacrificar la democracia verdadera en el altar de
la democracia formal.
La imposición del
capital sobre el trabajo genera una influencia transversal, presente en
prácticamente todos los ámbitos de la vida de la sociedad, se expresa en las
relaciones económicas, comerciales, políticas, culturales, familiares…, y tiene
como denominador común la imposición de la voluntad de quien tiene la
propiedad, el dinero, el capital.
Pero sería
superficial pensar que tal comportamiento secular, generador de una cultura de
ordeno y mano desaparece si desaparecen los dueños y la propiedad privada, se
destruye la maquinaria del estado capitalista y se borra de la legislación
aquello que lo respaldaba jurídicamente.
La relación de
subordinación, la cultura de ordeno y mando, el verticalismo, permanecen como
costumbres, hábitos, elementos de la psicología social, esquemas de entendimiento,
“modo natural” de adoptar las decisiones.
En la experiencia
cubana la necesidad de defender la sociedad frente a un contexto muy adverso
potenciado por el imperialismo norteamericano, creó un espacio para que
perviviera y en ocasiones se desarrollara –ciertamente con loables finalidades
sociales- el verticalismo en el funcionamiento de las diferentes instituciones
de la sociedad.
El liderazgo
histórico de la revolución socialista representado por el magisterio ideológico
y político de Fidel Castro, su amplia aceptación social que hoy perdura, la
confianza depositada en ese liderazgo, permitió la pervivencia de hábitos
heredados de las viejas relaciones sociales, sin que sus consecuencias llegaran
a ser funestas, aunque naturalmente no sin un costo social.
A la luz de la
experiencia vivida, de las desviaciones burocráticas y de los vicios
verticalistas y de autoritarismo que anidaron bajo el concepto de “centralismo
democrático”, su análisis crítico revela que hubo un desbalance de
consecuencias muy negativas a favor del centralismo y en detrimento de la
democracia, en especial porque se sustrajo al sujeto social su necesario
protagonismo, los institutos de dirección sustituyeron a la ciudadanía
produciéndose un alejamiento cada vez mayor entre ambos y perdiéndose una
importante e insustituible fuente de formación ciudadana.[7]
El PCC nació de la
revolución socialista cubana y sus méritos, alcanzados por la disciplina,
sacrificio y entrega de la inmensa mayoría de sus miembros y dirigentes con el
respaldo y reconocimiento del pueblo, ha acompañado desde su surgimiento al
liderazgo histórico en todos los procesos económicos, sociales, políticos y
culturales del país y hoy se encuentra ante el desafío que implica aquello que
advirtió Raúl cuando expresó que en el pasado tuvimos a Martí, en el presente
tenemos a Fidel y en el futuro tendremos al Partido.
Los cambios en el
contexto en que tiene lugar el reto de garantizar la continuidad del proceso de
la revolución socialista en la sociedad cubana, no incluyen la desaparición de
la contradicción entre los intereses del imperialismo norteamericano y los de
la nación cubana, por lo que implican un desafío ideopolítico y cultural, mucho
más complejo y difícil, en el que esta contradicción se expresará con modos más
sutiles y camuflados y en medio de una inevitable progresión geométrica de la
información y la desinformación, que solo podrá enfrontarse con posibilidades
de éxito para el país si no se descuida la formación ideológica política y si
la democracia socialista se desarrolla al máximo en todos los terrenos de la
sociedad, comenzando por el partido, y continuando con el empoderamiento
ciudadano como modo de anclaje sólido del poder popular.
Ello impone el
imperativo de un profundo análisis crítico del principio del centralismo
democrático, una revisión exhaustiva de los métodos de trabajo del Partido y en
general de las instituciones estatales, sociales y políticas creadas por la
revolución socialista, análisis que cuente con amplia participación de la
ciudadanía.
No es posible
obviamente siquiera intentar esbozar las líneas a seguir para tal análisis [8],
pero sí advertir que tiene que ser abierto, transparente, profundamente
democrático, orientado, disciplinado y dentro de los principios de la ideología
de la revolución cubana.
Veamos, por ejemplo,
lo decidido hace 4 décadas en el I Congreso del Partido en 1975 en lo tocante a
la generación de ideas acerca del desarrollo teórico del pensamiento socialista
en Cuba. La “Tesis sobre los estudios del marxismo-leninismo en nuestro país”
en su acápite IV. Necesidad del desarrollo del trabajo teórico y la
investigación en este campo” postulaba que:
“… es necesario
garantizar la mayor libertad de acción en las actividades de investigación y de
búsqueda teórica por parte de economistas, filósofos, historiadores, etc., de
manera que no se sientan atados en su trabajo científico por los criterios
sociales vigentes públicamente en un momento dado.
Debe existir el más
absoluto control del Partido en relación con la exposición pública y la
divulgación de criterios, conceptos e interpretaciones en aulas, estrados y
prensa. No es posible admitir la publicidad de interpretaciones de la teoría
marxista-leninista y de conclusiones teóricas que contradigan o extralimiten
los lineamientos trazados al respecto por el Partido, y que este no autorice.
Estos trabajos de
investigación y análisis teórico deberán realizarse siempre con el conocimiento
y bajo la orientación y control de los organismos superiores del Partido,
directamente o a través de las dependencias o instituciones del aparato
partidista que dichos organismos determinen.
Asimismo, los
resultados y conclusiones a que se arribe producto de esas actividades
investigativas y teóricas deberán ser sometidos a la consideración de estos
organismos, los que determinarán sobre su utilización y destino.[9]
No había en aquel
momento una idea de las potencialidades que tendría el papel del pueblo en
estos procesos. Era natural -y ciertamente muchos lo vimos así- considerar el
desarrollo de las ideas un asunto de científicos sociales y direcciones
políticas y, de últimas, como se aprecia en el anterior texto, un asunto de la
dirección política, de los organismos superiores, independientemente de si
quienes estaban en esos organismos tenían o no la razón. De hecho, las
instituciones científicas en general aceptaban igualmente aquella disciplina.
Aquellos documentos
fueron sometidos a consideración de la población, pero tanto la bien ganada
confianza de las grandes mayorías ciudadanas en el partido y su dirección
histórica, como la inercia signada por la falta de práctica en ejercer ese
papel participativo limitaron la democracia que, sin embargo, era por otra
serie de realidades, muy superior al pasado capitalista dependiente.
Los bruscos cambios
ocurridos desde aquel entonces en el país, los largos períodos de resistencia
frente al imperialismo y por la preservación de la principal conquista de la
revolución socialista: el poder político del y para el pueblo trabajador, el
esfuerzo sostenido en las más difíciles condiciones socioeconómicas por el
desarrollo intelectual y cultural de la población que ha enriquecido las
capacidades de análisis de la ciudadanía, junto con una gran diferenciación de
puntos de vista acerca de los problemas de la sociedad cubana, han cambiado
profundamente la mentalidad del pueblo, cuyas mayorías han mantenido una
identificación consciente con el ideal socialista, y fidelidad a la dirección
histórica de la revolución, pero es hoy portador de un abanico mucho más rico y
diverso de ideas y sin dudas se ha ganado con su sacrificio el derecho a un
merecido protagonismo.
Cabe entonces
preguntarse cuánto de aquel modo de ver las cosas persiste hoy en cuadros y
militantes, cuánto siguen viendo al pueblo como “masa”, frente la pregunta de
cuánto ha cambiado la sociedad cubana desde aquel momento en que el país se
institucionalizaba bajo el signo de una república socialista que luego pasó por
la aplicación del sistema de dirección de la economía copiado de la experiencia
del socialismo en la URSS, el proceso de rectificación que persiguió superar
aquellos errores, el período especial, el largo proceso de emersión de la
economía nacional, y hoy cuando los EEUU han admitido que tenían que reconocer
la independencia y la soberanía nacional y el país está hoy probablemente más
cerca que nunca del levantamiento del bloqueo y frente a la pregunta de cómo
piensa la juventud de hoy que no solo es el futuro del país, sino también su
presente.
Una lógica elemental
indica la necesidad de un profundo análisis del centralismo democrático y del
imperativo de desaprender conceptos y prácticas obsoletos, de dejarse de
comportar como si todos los errores y deficiencias fueran de “la masa”, como si
no fuera necesario un nuevo pensamiento político sobre la democracia socialista
y su práctica, en primer lugar en el propio partido.
El reconocimiento de
la necesidad de analizar críticamente la experiencia del centralismo
democrático, en modo alguno puede significar la desvalorización del papel del
partido en la sociedad cubana, de la dirección de los procesos sociales.
Hay quien piensa
primero en la supuesta necesidad de cambiar el nombre del partido, por uno que
refleje más la inclusión, por ejemplo, recuperar el que tenía anteriormente
“Partido Unido de la Revolución Socialista”, como si el cambio de nombre fuera
el cambio de métodos, estilo y políticas, mientras que de hecho se estaría
eliminando un nombre tradicionalmente aceptado por la sociedad, una tradición
que comenzó hace medio siglo, cuando el Comandante Fidel Castro lo anunció en
1965.
Sería además
desconocer el ideal comunista, en un mundo tan necesitado de la solidaridad, el
altruismo, el colectivismo, el humanismo que entraña ese ideal.
Los problemas a
resolver son de contenido, mientras los símbolos generados por el proceso
revolucionario socialista cubano deben ser celosamente preservados, en primer
lugar para evitar la confusión.
Hay quien ha pensado
peregrinamente que el partido mismo debería ser cómplice de la dejación del
papel social que le ha conferido la sociedad cubana como mandato histórico,
político y jurídico, pensando que es imposible encontrar fórmulas realmente
participativas como no sean las del modo liberal de organizar la vida política
del país.
Ello sería invitar al
partido a que se debilitara como representante de lo mejor de la sociedad
cubana hoy refrendado jurídicamente, codificado constitucionalmente como una
conquista de la cohesión política de la sociedad cubana, frente a los enormes
desafíos que tiene por delante.
No tendría el partido
la función de proteger la constitución del país, sacaría al partido del mandato
martiano de existir “seguro de su razón como el alma visible de Cuba”.
Sería invitar al
partido a su liquidación, y con ello a la liquidación de la cohesión política
que dejaría paso a los intereses corporativos generados por el mercado y la
inevitable presencia del capital internacional.
Al contrario, el
partido, hoy más que nunca debe mantener su política de construcción y
organización territorial y ramal como formas de asegurarse el contacto con el
pueblo, su influencia, su representatividad política, hoy más que nunca es
necesario el papel del partido tal cual lo ha configurado la tradición política
más importante de la historia contemporánea de Cuba.
A su vez, el partido
está obligado a un análisis profundo y desprejuiciado de la experiencia del
centralismo democrático, de sus métodos, examinar sus conceptos de la
democracia, cambiar en función de las nuevas realidades, prescindir en los
órganos y organismos de todo aquel que no esté en capacidad ya de desaprender
el ordeno y mando, el verticalismo, el ejercicio desmedido de la autoridad y de
quien no quiera aprender y practicar la democracia consciente y responsable.
Para generar democracia lo primero es pensar y actuar democráticamente.
Notas
[1] Discurso pronunciado por
Fidel Castro Ruz, Presidente de la República de Cuba, en el acto por el
aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la
Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005.
[2] Raúl Castro Ruz,
Discurso ante la Asamblea General de la ONU, 28 de septiembre de 2015,
http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2015/09/28/texto-integro-del-discurso-de-raul-castro-ante-la-asamblea-general-de-onu-3787.html
[3] Este artículo reza:
“Art.4 El partido Comunista de Cuba, martiano y marxista-leninista, vanguardia
organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad
y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos
fines de la construcción del socialismo y el avance de la sociedad comunista”.
Ver. Constitución de la República de Cuba,
[4] Idem.
[5] El artículo 1 de la
Constitución reza: “Cuba es un Estado socialista de trabajadores, independiente
y soberano, organizado con tofos y para el bien de todos, como república
unitaria y democrática, para el disfrute de la libertad política, la justicia
social, el bienestar individual y colectivo y la solidaridad humana”.
[6] “La sociedad socialista
se desarrolla bajo fuerzas de regulación integradas en distintas estructuras,
indispensables por la necesidad de concertar intereses y objetivos y de
canalizar los esfuerzos sociales. Como elemento esencial para asegurar la
objetividad y cietificidad de la dirección de los procesos sociales aparece el
principio del centralismo democrñatico. Este se ha enunciado a partir de la
experiencia de otros países, pero ni en ellos ni aquí ha sido suficientemente
analizado, comprendido, sometido a crítica, como tampoco su aplicación y
perfeccionamiento. Puede afirmarse que es un campo virgen para la investigación
científica.” (Ver Darío L. Machado Rodríguez, “Nuestro Propio Camino. Análisis
del proceso de rectificación en Cuba, Editora Política, La Habana, 1993, pp.
149-150).
[7] Darío L. Machado
Rodríguez, “La persona y el programa del socialismo en Cuba”, Vadell Hermanos
Editores C.A., Caracas, 2010, p. 185.
[8] Un intento de
aproximación puede leerse en “La persona y el programa del socialismo en Cuba”,
op. Cit. pp. 174-198.
[9] “Tesis y Resoluciones. I
Congreso el Partido Comunista de Cuba”, Editado por el Departamento de
Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, La
Habana, 1976, pp. 282- 283.
Tomado
de:
http://www.cubadebate.cu/opinion/2015/12/02/acerca-de-la-democracia-la-constitucion-y-el-poder-de-cara-al-vii-congreso-del-pcc/#.Vl9k5PDyZdg