miércoles, 28 de agosto de 2013

Martin Luther King

Un orador brilla por lo que habla; pero definitivamente queda por lo que hace. Si no sustenta con sus actos sus frases, aún antes de morir viene a tierra, porque ha estado de pie sobre columnas de humo. José Martí 

El señor presidente de los Estados Unidos de América Barack Obama, conmemora hoy el aniversario cincuenta del más trascendental de todos los discursos pronunciados por orador alguno en el siglo XX norteamericano. A la figura del humanísimo predicador de bondades y hermanamientos, Martin Luther King y a su centellante peroración: “Yo tengo un sueño” se alista a rendir tributo. Un inevadible acto de sinceridad, del primer mandatario negro de Estados Unidos, previo al discurso que dará en la magna celebración, le hace declarar: “Permítanme decir para que conste, que no va a ser tan bueno como el discurso de hace 50 años”

Un inevadible acto de justicia ante semejante franqueza obliga a darle la razón y reflexionar con él, al respecto. Señor presidente, no podrá lastimosamente, su discurso, aún y cuando nuestro mundo lo necesita; ser siquiera la sombra del silencio de King. Y ello señor presidente, no es porque a usted le falten, las dotes oratorias, ha probado que las posee; tal vez a lo Olmos Cummings aquel tremendo orador y periodista demócrata. Pero en mi opinión está tristemente distante de las fuentes en que bebiera el reverendo al que rendirá tributo.

En el caudal de la elocuencia liberadora, amorosa y sincera de un tribuno como Martin Luther King confluyen las cristalinas aguas del torrente que fuera la palabra de Abran Lincoln, Wendell Fillips, Henry Ward Beecher, Cyrus Clay Carpenter, James Abram Garfield, James Warren Nye, Daniel Webster, Charles Summer, y Frederick Douglass, el esclavo devenido orador. Hércules antiesclavistas, genios todos, como bien usted conoce de la oratoria norteamericana; pero también y más importante aún, cúspides todos del amor por lo humano esencia igualadora de tan diferentes estilos tribunicios.

No adolece usted señor presidente del carisma, ademanes, voz y tonos adecuados de la elegancia tribunicia; trabajada, en la práctica de la esgrima verbal, al capitanear equipos de debates en sus días de estudiante o enhebrando argumentos en lid de campaña en sus años de praxis política profesional. Tampoco carece de conocimientos, supera por mucho a su antecesor en el cargo, pero la inteligencia es apenas la mitad del hombre y no siempre es la mejor de sus partes. Tampoco pudiera decirse que le falta la motivación por la causa del negro, usted sufre al saber que más allá de los muros de su cargo le asechan incurados y centenarios odios.

Sí, es justa su valoración, el discurso de hoy no podrá ser tan bueno como aquel al que desea rendir tributo. A la altura de esa amantísima plegaria de amor por el hombre desgraciadamente hoy, muy pocas voces de hombres con un poder parecido al suyo, podrían llegar. La razón: Si fueron de oro las palabras dichas por aquel luchador social, más de oro, fueron los hechos de Martin Luther King, quien no perteneció a raza alguna que no fuera esa raza descrita por José Martí a la que pertenecen los hombres radiantes, atormentados, erguidos e ígneos, comidos del ansia de remediar los dolores humanos.

El Dr. Luther King, fue orador que es ser como los faros visibles a muy larga distancia por la intensidad de su luz y de su amor por el hombre. La altura ética, moral, humana de su discurso es inalcanzable, para las cortas alas de la retórica, el ruiseñor tiene un bello canto pero no llega donde el águila.

Un discurso tan bueno como ese al que además de usted, millones de mujeres y hombres pobres rendimos tributo alrededor de este mundo, solo podría hacerlo quien como él, jamás entienda el uso de la libertad contra la libertad, ni del derecho contra el derecho; solo quienes con sus palabras y sus hechos sean capaces de cambiar el látigo por el cayado y caminar del lado de los humildes, estos, se le podrían aproximar.

Martin Luther King, fue amigo del hombre, fue capaz de ver su alma entre ellos y la de todos por encima de la maldad y rumbo a la luz. Es imposible separar el discurso del orador, la palabra bella del hombre que en su sueño divisaba el amor futuro y defendía con pujanza de pantera, la dignidad humana, la visión de Lincoln en Gettysburg en la cual (…) el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra, sueño inalcanzado por el que hablaron e hicieron los oradores telúricos de antaño, en cuyas palabras y sobre todo en cuyas vidas, puede encontrar aún inspiración y fundamento para discursos futuros señor presidente.

C. Alberto Suárez.

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